No podemos negar
que la inteligencia emocional se trata de un concepto de moda. A día de
hoy la encontramos en la alta dirección de empresas, en el mundo de los
recursos humanos, en la enseñanza y por supuesto en los hogares.
No obstante, y pese a que se trate de un concepto muy extendido, a menudo se produce cierta confusión sobre su aplicación práctica en el mundo educativo.
¿Qué es y qué no es educar con inteligencia emocional?
Como
es lógico, el objetivo fundamental de la educación es criar niños
felices y preparados para el mundo real. Para ello, entre otras muchas
cosas, convendrá enseñarles a reconocer, gestionar y expresar sus
emociones, tal y como ya te contamos en el artículo sobre
"Cómo educar a tu hijo en inteligencia emocional".
Además,
también será muy bueno para ellos el hecho de sentirse
incondicionalmente queridos por sus padres, lo que les servirá para
consolidar su
bienestar emocional.
Habrá que besarlos, jugar con ellos y darles grandes dosis de amor.
Todos
estamos de acuerdo hasta aquí. No obstante, uno de los errores
conceptuales más frecuentes sobre la inteligencia emocional consiste en
creer que poner
límites y normas a los niños supone traicionar e ir en contra del desarrollo de este tipo de inteligencia.
Muchas
familias se han equivocado completamente al interpretar este concepto y
se sienten orgullosas de no poner nunca “peros” a la expansión del ego
de sus niños, creyendo que eso será bueno para ellos.
De esta manera, millones de niños del primer mundo se crían en hogares donde sus deseos son órdenes para sus padres.
Educar también en la resistencia a la frustración
Tarde
o temprano, la mayoría de estos niños terminan por ahogarse en un vaso
de agua en cuanto se dan cuenta de que no son el centro del universo
fuera de su núcleo familiar.
Y es que educar con inteligencia emocional supone también enseñar al niño a aceptar que no siempre los deseos se consiguen al instante, y que no se termina el mundo por ello, e incluso que a veces hay que esperar un poco (o mucho) y trabajárselo.
Eso
permite que integren la resistencia a la frustración, que, como ya he
comentado en varias ocasiones, es una capacidad fundamental para su
correcta integración en el mundo adulto, clave en la superación de las
dificultades vitales.
Para educar con inteligencia emocional el progenitor ha de ser inteligente emocionalmente hablando. Tuitear esta frase
En
realidad, para poder educar con inteligencia emocional la primera
persona que ha de ser inteligente emocionalmente hablando debe ser el
progenitor. Sólo así podrá distinguir la estrecha línea que separa a
ésta del mimo y la malcrianza.
Otro punto controvertido entre quienes no tienen claro lo que es educar con inteligencia emocional es si se debe
ser autoritario o no con los niños.
Lo ideal (e irreal) sería poder llegar a un acuerdo siempre con ellos, pero el acuerdo y la negociación no siempre son posibles con niños pequeños. Y precisamente por eso, porque son pequeños y están en camino hacia la madurez.
Así
que educar con verdadera inteligencia emocional supone negociar cuando
se pueda (y si se puede la mayoría de las veces mejor) e imponerse
cuando no.
Matar al capitán, un error frecuente en educación emocional
Los
padres han de dirigir el barco, pues a menudo se cae en el error de
creer que la inteligencia emocional supone “matar al capitán”.
Educar
con inteligencia emocional significa ser capaces de alternar la
negociación con la dirección según el nivel madurativo del niño en cada
fase de su desarrollo. ¿Trabajoso, verdad? Es como ser al mismo tiempo
un policía y un psicólogo.
Imponerse o
poner límites, negociar o consentir son algunos de los aspectos que forman parte de la educación que un niño necesita.
La
inteligencia emocional supone saber aplicarlos cuando y como toca
pensando en lo mejor para ellos, no en lo que la moda de turno nos
dicte. Para ellos tendremos que apoyarnos en nuestro propio sentido común para diferenciar lo uno de lo otro en la vida cotidiana.